Cada año, millones de aves migran de Estados Unidos y Canadá, viajan impulsadas por su reloj biológico activado por días más cortos, menos alimento y mayor frío. Retornan con la cálida primavera y la promesa de abundante alimento.
Hasta México llegan gansos, pelícanos, patos, rapaces, canoras y decenas de especies más; vuelan sin escalas y crean uno de los fenómenos más impresionantes del mundo animal. Durante las noches o el día, sobre montañas y desiertos, la costa o los océanos, solas o en grupos, en otoño o primavera suman más de 5,000 millones las aves que efectúan algún tipo de viaje en nuestro planeta: son viajes de ida y vuelta.
Al llegar el otoño recorren las mismas rutas invisibles hasta sus campos invernales situados en latitudes medias y los trópicos. Algunas aves viajan por la noche y se orientan mediante las estrellas, por mecanismos fisiológicos y perceptivos que actúan en conjunto sobre las rutas a seguir; miden campos magnéticos y calculan desplazamiento del sol, poseen memoria topográfica y ubican caminos en el paisaje, usan barómetros de precisión, captan variaciones en la luz polarizada, infrasonidos, y olores en las distintas regiones.
Al terminar los fríos meses invernales sus cantos ruidosos inundan campos de cultivo, jardines, praderas y bosques; se dispersan para formar pareja y el ambiente se llena de cantos y colores. Así, casi el 60% de las aves del norte del planeta son migratorias, y muchas son mexicanas.